José María Gárate Córdoba
Coronel de Infantería

Artículo publicado en la revista Reconquista nº 96
de diciembre de 1957
ace más de diez años me tentó la idea de actualizar la figura del diablo en una ficción realista. La empresa me parecía, más que necesaria, urgente, y llegó a deslumbrarme, hasta creer con ilusión de principiante que el inicial artículo podría llegar a ser libro importante. Para que no se desvirtuase con el tiempo, pues la elaboración sería lenta, quedó anotado el título “Biografías de Satanás” y esbozados sus capítulos en tres partes (1).

Pero se trataba, ante todo, de fijar una tesis. El demonio no ha quedado reducido a una palabra para las exclamaciones de asombro, ni existe el “pobre diablo” que metafóricamente utilizamos como término de referencia para calificar a un despreciable enemigo, ni es sólo juego de chiquillos, de disfraces carnavalescos y fantasmagorías de las diablesas revisteriles. Satanás no se quejará nunca de nuestro olvido, porque ello forma parte de su estrategia de su política de convivencia pacífica y bonachona con los hombres, aislada de su demoniaca actividad por un telón de fuego.

El demonio ha ganado su mejor partida en esta era en que sólo de habla de él en temas de humor, mientras él sigue jugando sus triunfos y ganando sus bazas. Hubo cismas negadores del infierno, novísimo innegable que hoy recordamos periódicamente en los Ejercicios Espirituales –tan generalizados– y en esos “quia in inferno nulla est redemptio” que nos estremece ligeramente cada año en los cuatro o cinco funerales de familiares, amigos y compañeros.

No, no hay tal pobre diablo. Lo veíamos, hace unos cuantos años, en el convincente Mefistófeles que interpretaba Alfonso Muñoz, con un tono y estilo que se me antojaban militares y hora en su necrológica vemos que era hijo de un Teniente General. Era elocuente también aquella película que mostraba cómo un hombre cualquiera de hoy podía ser “El hombre que vendió su alma”, porque tras el fracaso del demonio con el protagonista – para algo era el héroe– apuntaba su dedo hacia nosotros indicando la próxima víctima, mientras sus dientes asomaban en una sonrisa llena de simpatía y de malicia.

Ese si que era el diablo. En medio de la ingenuidad y ligereza del cine americano para tales temas de diversión aquel índice señalando en dirección al espectador, con esa precisa imprecisión que tienen tales trucos –tú creías que era a ti y yo que a mí– hacia pensar un momento con inquietud y dejaba huella en el alma, mientras nos poníamos los abrigos pero sobre todo dejaba la convicción de que el diablo es de hoy tanto o más que de ayer.

La visión de Fausto y “El hombre que vendió su alma” me aguijonaban la idea de publicar algo vivido sobre la obra actual del demonio, el peso de cuyo argumento debía materializar lo que ahora leo en Papini y hace mucho que fue escrita en “Historia de Cristo”. Dice que Satanás toma todas las formas tan hermosas algunas, que no se diría que es él. Los griegos no lo tenían en su mitología porque todos sus dioses muestran los cuernos de Satanás bajo la corona de laurel y de pámpanos”. Yo no sé si en esa herética obra de “El diablo” que últimamente publicó Giovanni daría una visión de actuaciones diabólicas al día, pero algo así como una novela con diablo, tomado en serio, completamente en serio, era lo que yo encontraba necesario para introducción o epílogo de la biografía, que empezaría con una aventurilla sin importancia ¡cosas de la juventud!, ¡cosas de la vanidad! ¡cosas de la ambición! Una parábola moderna contada en primera persona, donde él fuese un personaje incidental apenas vislumbrado, pero de reiterada aparición, elegante, simpático, atractivo, influyente y rico, como para que nadie le discutiese el título de mister Belzebuth; un señor “adorable”, como dicen ahora algunas mujeres de quien reúne tales cualidades, identificable sólo a la perspicacia del atento por la inquietud que despierta su presencia, el síntoma de aislamiento etéreo ante su tentación, una risita mordaz ilocalizable coincidente con el sabor amargo de la soledad que sigue a la prevaricación, la de las tres concupiscencias, triple tentación clásica, posesión, ambición, soberbia, usada en la Cuaresma de Jesús, una sensación, en fin, de que en aquellas aventura “hay algo más” semejante a la que Goethe hallaba en el Apocalipsis “Todos sentimos como si debiese haber en él algo más, pero no sabemos qué”. Y el hombre, yo, sentía esa después de la caída, que tras aquella borrachera, aquella mujer, aquel negocio, aquella ambición, había alguien que empujaba, algo que nos cegaba para dejar obrar sin freno a la pasión. Y a nuestros ojos escrutadores todo lo que aparecía un hombre simpático y mundano, un buen amigo de cuya vida no teníamos demasiadas referencias, ni hacía falta, porque para eso era nada menos que mister Belzebuth.

Mr. Belzebuth

EL SIMPÁTICO
H

Porque –lo dijo también Papini– la última astucia suya es propalar la noticia de su muerte, “los diabólicos no creen en el diablo y muchos no se dan cuenta de él y se ríen como de una invención de la Iglesia, porque se ensaña más precisamente contra los que le conocen y no le siguen”. Después de esto es difícil comprender su heterodoxia en la reciente obra sobre el diablo, donde trataba de sacarlo del infierno al fin de los tiempos por la infinita misericordia de Dios; sólo su propensión a las lucubraciones fantásticas pudo hacerle ver un Lucifer condenado por amor y no por soberbia.

Ahora ha aparecido otra obra. “Satanás: Historia del diablo, escrita por Vicente Risco, réplica española –o mera coincidencia– a la del maestro italiano fallecido. La nueva obra tiene las características que yo anotaba para un trabajo ya innecesario. Sólo me han confirmado ambas obras la realidad del interés del tema en nuestra época, pues hasta las ilustraciones de la última coinciden con algunas previstas. Ya sólo me quedaba el consuelo de que plumas consagradas hubiesen coincidido con mi idea y, en todo caso, contarlo en un artículo por si a alguien le hacía un bien con ello. Pero el artículo sobre el diablo apareció también en ABC del 8 de julio, cuando yo tomaba la primera cuartilla para éste, después de haber aparecido en varias revistas la crítica del libro de Risco. Decididamente el diablo no quería fomentar mi vanidad a costa suya. Y, sin embargo, el artículo está aquí terminándose ya ¿Por qué?

Me entristece un tanto pensar lo poco que Satán ha entorpecido este trabajo. Verdad es que no han faltado contratiempos y un par de disgusto durante su confección, pero de poca monta. Yo quisiera que este pobre artículo, que ni para el diablo tiene valor, hiciese palpitante, vital y actualizada la idea de que él ronda nuestra vida particular tanto como los asuntos internacionales, que hay una interpretación diabólica de la vida y que al diablo le interesamos todos. Temo no haberlo conseguido, porque de ser así, el demonio lo hubiera estorbado de veras, como supongo estorbaría la obra de Risco. De ser posible, esta sería mi primera pregunta en una interviú al autor.

De todos modos, y por si acaso , acabo con un ruego al Director.

Señor Director de RECONQUISTA: Cuando, airado por la mala calidad de este trabajo, estruje entre las manos las cuartillas, haga un alto; si es preciso coja en el aire la pelota de papel antes de encestarla, santígüese y medite si no habría inspiración luciferina en aquel estrujamiento. Después. Si ya sereno persiste en su idea primitiva , arrójelo sin miedo ; será que el articulillo salió tan infame como para hacer el fuego al mismísimo Satanás. Como para servir de diabólica propaganda a mister Belzebuth.