ace más de diez años me tentó la idea de actualizar
la figura del diablo en una ficción realista. La empresa
me parecía, más que necesaria, urgente, y
llegó a deslumbrarme, hasta creer con ilusión de
principiante que el inicial artículo podría llegar a
ser libro importante. Para que no se desvirtuase con
el tiempo, pues la elaboración sería lenta, quedó
anotado el título “Biografías de Satanás” y esbozados
sus capítulos en tres partes (1).
Pero se trataba, ante todo, de fijar una tesis. El
demonio no ha quedado reducido a una palabra
para las exclamaciones de asombro, ni existe el
“pobre diablo” que metafóricamente utilizamos
como término de referencia para calificar a un despreciable
enemigo, ni es sólo juego de chiquillos,
de disfraces carnavalescos y fantasmagorías de las
diablesas revisteriles. Satanás no se quejará nunca
de nuestro olvido, porque ello forma parte de su
estrategia de su política de convivencia pacífica y
bonachona con los hombres, aislada de su demoniaca
actividad por un telón de fuego.
El demonio ha ganado su mejor partida en esta
era en que sólo de habla de él en temas de humor,
mientras él sigue jugando sus triunfos y ganando
sus bazas. Hubo cismas negadores del infierno, novísimo
innegable que hoy recordamos periódicamente
en los Ejercicios Espirituales –tan
generalizados– y en esos “quia in inferno nulla est
redemptio” que nos estremece ligeramente cada
año en los cuatro o cinco funerales de familiares,
amigos y compañeros.
No, no hay tal pobre diablo. Lo veíamos, hace
unos cuantos años, en el convincente Mefistófeles
que interpretaba Alfonso Muñoz, con un tono y estilo
que se me antojaban militares y hora en su necrológica
vemos que era hijo de un Teniente
General. Era elocuente también aquella película
que mostraba cómo un hombre cualquiera de hoy
podía ser “El hombre que vendió su alma”, porque
tras el fracaso del demonio con el protagonista –
para algo era el héroe– apuntaba su dedo hacia nosotros
indicando la próxima víctima, mientras sus
dientes asomaban en una sonrisa llena de simpatía
y de malicia.
Ese si que era el diablo. En medio de la ingenuidad
y ligereza del cine americano para tales temas
de diversión aquel índice señalando en dirección al
espectador, con esa precisa imprecisión que tienen
tales trucos –tú creías que era a ti y yo que a mí–
hacia pensar un momento con inquietud y dejaba
huella en el alma, mientras nos poníamos los abrigos
pero sobre todo dejaba la convicción de que el
diablo es de hoy tanto o más que de ayer.
La visión de Fausto y “El hombre
que vendió su alma” me
aguijonaban la idea de publicar
algo vivido sobre la obra actual
del demonio, el peso de cuyo argumento
debía materializar lo
que ahora leo en Papini y hace
mucho que fue escrita en “Historia
de Cristo”. Dice que Satanás
toma todas las formas tan hermosas
algunas, que no se diría
que es él. Los griegos no lo tenían
en su mitología porque
todos sus dioses muestran los cuernos de Satanás
bajo la corona de laurel y de pámpanos”. Yo no sé
si en esa herética obra de “El diablo” que últimamente
publicó Giovanni daría una visión de actuaciones
diabólicas al día, pero algo así como una
novela con diablo, tomado en serio, completamente
en serio, era lo que yo encontraba necesario para
introducción o epílogo de la biografía, que empezaría
con una aventurilla sin importancia ¡cosas de
la juventud!, ¡cosas de la vanidad! ¡cosas de la ambición!
Una parábola moderna contada en primera
persona, donde él fuese un personaje incidental
apenas vislumbrado, pero de reiterada aparición,
elegante, simpático, atractivo, influyente y rico,
como para que nadie le discutiese el título de mister
Belzebuth; un señor “adorable”, como dicen ahora algunas mujeres de quien reúne tales cualidades,
identificable sólo a la perspicacia del atento
por la inquietud que despierta su presencia, el síntoma
de aislamiento etéreo ante su tentación, una
risita mordaz ilocalizable coincidente con el sabor
amargo de la soledad que sigue a la prevaricación,
la de las tres concupiscencias, triple tentación clásica,
posesión, ambición, soberbia, usada en la Cuaresma
de Jesús, una sensación, en fin, de que en
aquellas aventura “hay algo más” semejante a la
que Goethe hallaba en el Apocalipsis “Todos sentimos
como si debiese haber en él algo más, pero
no sabemos qué”. Y el hombre, yo, sentía esa después
de la caída, que tras aquella borrachera, aquella
mujer, aquel negocio, aquella ambición, había
alguien que empujaba, algo que nos cegaba para
dejar obrar sin freno a la pasión. Y a nuestros ojos
escrutadores todo lo que aparecía un hombre simpático
y mundano, un buen amigo de cuya vida no
teníamos demasiadas referencias, ni hacía falta,
porque para eso era nada menos que mister Belzebuth.
Porque –lo dijo también Papini– la última astucia
suya es propalar la noticia de su muerte, “los diabólicos
no creen en el diablo y muchos no se dan
cuenta de él y se ríen como de una invención de la
Iglesia, porque se ensaña más precisamente contra
los que le conocen y no le siguen”. Después de
esto es difícil comprender su heterodoxia en la reciente
obra sobre el diablo, donde trataba de sacarlo
del infierno al fin de los tiempos por la infinita misericordia
de Dios; sólo su propensión a las lucubraciones
fantásticas pudo hacerle ver un Lucifer
condenado por amor y no por soberbia.
Ahora ha aparecido otra obra. “Satanás: Historia
del diablo, escrita por Vicente Risco, réplica española
–o mera coincidencia– a la del maestro italiano
fallecido. La nueva obra tiene las características
que yo anotaba para un trabajo ya innecesario.
Sólo me han confirmado ambas obras la realidad
del interés del tema en nuestra época, pues hasta
las ilustraciones de la última coinciden con algunas
previstas. Ya sólo me quedaba el consuelo de
que plumas consagradas hubiesen coincidido con
mi idea y, en todo caso, contarlo en un artículo por
si a alguien le hacía un bien con ello. Pero el artículo
sobre el diablo apareció también en ABC del
8 de julio, cuando yo tomaba la primera cuartilla
para éste, después de haber aparecido en varias revistas
la crítica del libro de Risco. Decididamente
el diablo no quería fomentar mi vanidad a costa
suya. Y, sin embargo, el artículo está aquí terminándose
ya ¿Por qué?
Me entristece un tanto pensar lo poco que Satán
ha entorpecido este trabajo. Verdad es que no han
faltado contratiempos y un par de disgusto durante
su confección, pero de poca monta. Yo quisiera que
este pobre artículo, que ni para el diablo tiene valor,
hiciese palpitante, vital y actualizada la idea de que
él ronda nuestra vida particular tanto como los
asuntos internacionales, que hay una interpretación
diabólica de la vida y que al diablo le interesamos
todos. Temo no haberlo conseguido, porque de ser
así, el demonio lo hubiera estorbado de veras, como
supongo estorbaría la obra de Risco. De ser posible,
esta sería mi primera pregunta en una interviú al
autor.
De todos modos, y por si acaso , acabo con un
ruego al Director.
Señor Director de RECONQUISTA: Cuando, airado
por la mala calidad de este trabajo, estruje
entre las manos las cuartillas, haga un alto; si es
preciso coja en el aire la pelota de papel antes de
encestarla, santígüese y medite si no habría inspiración
luciferina en aquel estrujamiento. Después.
Si ya sereno persiste en su idea primitiva , arrójelo
sin miedo ; será que el articulillo salió tan infame
como para hacer el fuego al mismísimo Satanás.
Como para servir de diabólica propaganda a mister
Belzebuth.